Coedición de La zorra vuelve al gallinero y Ediciones Sin Fin
El músico Rafael Catana desvela su poesía en el libro Los pájaros
ï‚· En el primer volumen de poemas del autor, el lector puede
escuchar el diálogo cercano, privado, entre la mirada y el
paisaje íntimo que ésta provoca; la charla milenaria que
emprende el hombre cuando encuentra replicado en un
reflejo interior aquello que fuera le asombra y marca
Sin artificio, el lenguaje se convierte en un espejo que
deja transparencias tras su paso. La imagen circula libremente por
cualquier espacio capaz de generarla, como el de la ciudad.
Hace tiempo que el espejo natural de la poesía es la
metrópoli, en la modernidad la naturaleza transmutó árboles
por calles, sonidos por estridencias, paisajes serenos por distancias.
La transformación obligó el cambio en la melodía, y da testimonio de
ello el libro de Rafael Catana, Los pájaros de la cervecería coeditado
por Ediciones sin fin y La zorra vuelve al gallinero.
Rafael Catana, fundador del Movimiento Rupestre, mantiene en
su primer libro de poemas el mismo acorde guía, hacer una canción
que hable de lo cotidiano, lo espiritual y lo urbano, de “dejar en los
bosques el verso”; desde la desnuda experiencia de quien pierde y se
pierde bajo cables de luz que sustituyen los cielos estrellados, “en
todos los caminos donde los héroes no existen”.
Escindido, su decirse es una bocacalle cuyo único destino es el
dejar atrás y entroncar con lo siguiente, con la próxima soledad, Nadie
se da cuenta que sólo soy un fantasma/ Un reducto de alquitrán/ Una
lluvia de estrellas/ La estatua del poeta en la plaza…
de la cervecería
Sí, el poeta ha dejado atrás la naturaleza, pero no se ha liberado
de la huella trágica que se sugiere a lo largo de este libro, en la sutil
reconstrucción que hace de la figura del vagabundo antiheroico. Del
poeta que no ha decidido serlo, a quien la imagen se la impuesto:
“outsider, el invidente que escucha/ música para perdedores./ El poeta
del zaguán que escoge las estrellas/Las devora/ Siempre llega tarde”.
Es el hombre que espera en la estación de camiones con
preguntas, con rodillas o tobillos de mujer imposibles ya de alcanzar
sino a través de la memoria, del insistente recuerdo.
No hay tiempo para la anticipación, para el reposo, el paso es
citadino y el ritmo se vuelve entre los versos un personaje, porque
existe la condena del continuar en medio del zumbido sordo, que se
adivina, lo acompaña, lo rodea, y sumerge todo en una aparente nada.
Los pájaros en la cervecería es también un libro de
temperaturas, más que de estaciones: “El invierno/Con su dulce voz
de caramelo”, “Esperamos la escarcha de la madrugada”, las gotas,
una mirada que se inclina hacia el verano, la lluvia. Las palabras
miden el clima de la desolación que sigue al extravío.
Lo persistente, como esos pájaros, es el escozor de dar cuenta,
o quizá sea más preciso decir, de estampar la vida, pues este callejear
enciende estampas que arrojan luz sobre una circunferencia reducida
al momento en que transcurre: “Cruzando la frontera con un acordeón/
Con todas las páginas en blanco mirando los pájaros/ Cuántos
kilómetros para llegar a ti/ Esta carretera no llega a ninguna parte”.
Y en todo momento, escucha el lector el diálogo cercano,
privado, entre la mirada y el paisaje íntimo que ésta provoca. Es la
charla milenaria que emprende el hombre cuando encuentra replicado
en un reflejo interior aquello que fuera le asombra y marca.
Lo que murmuran los pájaros, lo que no tiene palabras, lo que
se intuye en la oscuridad, “un encuentro con la belleza con las
terminales nerviosas del misterio”.
Rafael Catana, Los pájaros de la cervecería. Coedición:
Ediciones Sin Fin y La zorra vuelve al gallinero. México, 2015. Pp. 109.
ARR