Uno de los artistas más representativos fue Saturnino Herrán (1887-1918), en cuyo inacabado mural Nuestros dioses antiguos (1916), destinado al Teatro Nacional (hoy Palacio de Bellas Artes), plasma el sincretismo que habría de identificar posteriormente a la modernidad mexicana.
Por su parte, el positivismo afín a los “científicos” porfiristas promovía la orientación del arte hacia la formación educativa de la sociedad, impulsando la resignificación del espacio ritual y la incorporación de iconografía prehispánica. Este vector didáctico progresista no pretendía cancelar la carga simbólica del arte religioso del pasado, sino reconducirla hacia valores materialistas y progresistas dentro de un marco occidental.