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Colección Clásicos para Hoy
Colección Clásicos para Hoy
Horacio Quiroga, un autor que siempre sorprende con su literatura fantástica y misteriosa
ï‚· Conaculta publica el volumen Horacio Quiroga. Cuentos
para leer sin compasión en la colección Clásicos para Hoy
Los espíritus que se entusiasman ante el horror, aquellos que desean
sentir cómo se curva la espina dorsal ante lo sobrenatural, vuelven y
volverán siempre a los cuentos de Horacio Quiroga. A ese público hay
que tenerlo en cuenta siempre, sin embargo, hay otras vertientes en la
obra del escritor uruguayo, que Conaculta no ha pasado
desapercibidas en la compilación Horacio Quiroga. Cuentos para leer
sin compasión en la colección Clásicos para Hoy.
Horacio Quiroga ha atravesado los tiempos consagrado como el
escritor de una especie de oscuridad temible aparejada o encerrada
tanto en lo cotidiano como en lo salvaje. Las geografías, ya sean
naturales o humanas, tienen suelos desequilibrados, desmesuras
fantásticas, pero reales y hacia ellas apunta una parte sustancial de su
obra. Es el caso de los muy conocidos cuentos: El almohadón de
plumas y La gallina degollada.
Dentro de esa línea narrativa, el cuento intitulado Los buques
suicidantes, trata la misteriosa omnipotencia de la naturaleza sobre la
psique humana. “Resulta que hay pocas cosas más terribles que
encontrar en el mar un buque abandonado”, comienza a decirnos el
narrador. Es el caso que ha aparecido uno, el María Margarita bajo la
circunstancia de que horas antes alguna corbeta había tenido
comunicación con la tripulación y en un lapso de horas, al
encontrárselo y abordarlo, no había un solo pasajero. El agua para
preparar la comida aún hervía, las camisetas de los marineros seguían
colgadas secándose al Sol, pero todos han desaparecido sin dejar una
literatura fantástica y misteriosa pista que indique lo que ha ocurrido. Uno de los marineros que están
reunidos escuchando el relato, alza la voz para decir que él mismo
atestiguó la desaparición, inclusive viajó en el buque y vio lo que en él
ocurría. ¿Será una presencia sobrenatural?, ¿es el sonido
acompasado del mar?, ¿será el eterno balanceo del agua?, ¿el
viento?...Quiroga encuentra que la exuberancia de la naturaleza hace
infinito el juego de posibilidades en lo mínimo, ahí donde no vemos se
oculta lo siniestro rigiéndonos.
Acaba de terminar el primer acto de Tristán e Isolda, el
complacido joven espectador aprovecha la pausa para dejar vagar la
mirada, entonces la descubre, sentada en un palco, al lado de un
marido anodino, la mujer más adorable que ha visto. Su mirada lo ha
cautivado de inmediato, se siente enamorado. Por un instante cree
que ella también lo ha descubierto y se siente feliz; momentos
después se da cuenta que no es a él a quien observa, sino a un
hombre sentado cerca suyo. Y lo intuye: se conocen bien. Hacia el
final del segundo acto, el hombre abandona la sala, la mujer
desaparece del palco. El narrador supone un feliz encuentro, pero lo
que después ese hombre le relatará será la comprobación de que
“todas las situaciones dramáticas pueden repetirse, aun las más
inverosímiles y se repiten. La escena que vuelve como una pesadilla,
los personajes que sufren la alucinación de una dicha muerta”. No es
la historia de un destino golpeando la alegría, sino la de una torcedura
y de condenas irrevocables lo que ocurre en La muerte de Isolda.
“Metempsicosis, telepatías, espiritismos y demás absurdos de la
vida interior no son nada en comparación de este mi propio absurdo
en que me veo envuelto”, afirma casi desesperado el ingeniero Durán.
La cuestión va así: una noche recibe una carta de un amigo lejano,
Luis Funes citándolo a cenar en su casa; el mismo día ha recibido una
llamada de un médico, Ayestarain, quien pide verlo con urgencia.
Resulta ser que en la cena coinciden los tres personajes y se conoce
lo que ocurre, María Elvira, hermana de Funes, ha contraído
meningitis. Delirios, ansiedad angustiosa imposible de calmar la
afectan, la proyección psicológica de su obsesión ha venido a caer en
el ingeniero Durán a quien nombra todo el tiempo. Vale aclarar que ambos se han visto como mucho un par de veces, y que ella no
reconoce ya a nadie de su familia.
La noche de esa cena, se suscita nuevamente el delirio, el
médico y el hermano le piden que entre a verla. Cuando lo descubre
en la habitación, la enferma le tiende su mano, lo mira y en sus ojos
desaparece la fiebre y surge la felicidad. Debido al terapéutico
resultado, Durán se ve comprometido a volver cada noche durante
más de un mes a tomar parte de esa alucinación que calma la
enfermedad y a la enferma, “pero los sueños de amor, aunque sean
de dos horas y a cuarenta grados se pagan en el día”. Opio y
calmante de un amor cerebral, Durán se volverá la sombra en La
meningitis y su sombra.
En el cuento, Miss Dorothy Phillips, mi esposa, Guillermo Grant, el
protagonista y narrador ha esperado 31 años, ¿esperado qué? una
mirada capaz de robarle el aliento. Vive con esa sigilosa obsesión
nutrida por las estrellas del cinematógrafo. Esa industria que interpreta
sentimientos, sensaciones, que crea sueños que se vuelven más
reales que cualquier otra realidad. Así que su ideal sólo puede
realizarlo una actriz estadounidense, Dorothy Phillips. Pero Grant es
un bonaerense sin más fortuna que el poderío de su imaginación. Para
conquistarla idea imprimir un libro con fotografías de varias actrices del
momento y con ese volumen se presenta en la meca del cine ante
empresarios, accionistas, directores. Acercarse a un personaje
solamente es posible convirtiéndose en un uno, porque hay otras
extrañezas, otro arrebatos mentales, como lo es el prodigio de la
imaginación poética.
Hay cuentos que son más que literatura, que se encajan en el
corazón y que al encogerlo lo engrandecen, hay cuentos que nos
traspasan y nos hacen saber que faltaban en el alma. Hay cuentos
que nos hacen más humanos.
Juan Darién es un tigre cachorro, Juan Darién es un niño que
ama a todos los animales, incluso a los más dañinos; un niño que ama
estudiar y ama a sus compañeros. Pero el mundo no lo quiere, porque
el mundo no hace espacio a las rayas que paradójicamente, todos tenemos debajo de la piel. Esas rayas son el profundo conflicto de la
humanidad.
Las aspas del genio literario de Quiroga lograron una mixtura de
todas las proteínas que alimentan la vida, sobre todo las que subyacen
y que no están a la vista de cualquiera.
Horacio Quiroga (Salto, Buenos Aires, Argentina 1878-Buenos
Aires, Íbid, 1937), fue diplomático, docente y escritor. Colaboró en
revistas y periódicos como Caras y Caretas, El Hogar, El Nacional y La
Prensa. Fue crítico de poesía y teatro y uno de los primeros reseñistas
de cine. Sus relatos fueron reunidos en varias recopilaciones, entre
ellas destacan: Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917),
Cuentos de la selva (1918), Anaconda (1921) y Los desterrados
(1926).
Horacio Quiroga. Cuentos para leer sin compasión; colección Clásicos
para Hoy; Conaculta, México 2015, 378 pp.
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Horacio Quiroga