El 29 de abril en la Cineteca Nacional
Mentiras blancas abrió espacio de discusión en términos de identidad en Nueva Zelanda: Dana Rotberg
· La cineasta mexicana estrenará su reciente filme, que toca temas de identificación, maternidad y despojo
Cuando Dana Rotberg llegó en agosto de 2004 a Nueva Zelanda buscaba un sitio de paz que le permitirá dejar atrás las experiencias violentas que le dejó su estancia en Sarajevo. Llegó con su pequeña hija buscando un lugar que le ofreciera amparo, estabilidad y un entorno natural apacible.
Tras unos años, luego de la petición del productor John Barnett (La leyenda de las ballenas, 2002) de hacer una película juntos, Rotberg se encontró con el relato Medicine woman, de Witi Ihimaera. El texto le ofrecía mucho potencial para ser trasladado al cine. En 2011 comenzó a dar forma a un filme cuyo resultado fue Mentiras blancas (Tuakiri huna, 2013).
La cinta se estrena este 29 de abril en la Cineteca Nacional. La historia sucede, cuenta la cineasta en entrevista, a principios del siglo pasado en Aotearoa, Nueva Zelanda, “entre una mujer sagrada, una chamana, una partera maorí de la tribu tuhoe y su enfrentamiento con la cultura anglosajona, la cual colonizó su tierra. En ese contexto se desarrolla un drama bastante fuerte e impredecible, muy cargado emocionalmente”.
La realizadora mexicana comenta que se trató de un trabajo de adaptación muy largo, pero sin mayores restricciones: “Una de las condiciones que puse fue tener independencia y libertad absolutas. No quería tener la presión ni la presencia del autor del cuento”.
Con marcada aura feminista, Mentiras blancas destaca por carecer de cualquier presencia masculina. Su trama se desarrolla a través de la interacción y roce entre sus tres protagonistas femeninas: La curandera Paraiti (interpretada por la cantante Whirimako Black), solicitada por la sirvienta mestiza Maraea (Rachel House) para atender el embarazo no deseado su patrona blanca Rebecca (Antonia Prebble).
Este discurso de narración feminista resultó crucial para la directora, cuya interpretación de la identidad se finca en la maternidad, por eso era necesario “generar un territorio femenino, ese universo que construimos las mujeres cuando no hay presencia física masculina”.
Desde el inicio el filme muestra el fuerte contraste entre las dos culturas y los significados cotidianos, a través de los cuales se ejercía la colonización. Para Dana Rotberg el colonialismo y neocolonialismo operan del mismo modo en cualquier territorio de manera atemporal. Por eso considera que la suya “no es una película histórica, sino una cinta en un contexto histórico que nos habla de lo que seguimos padeciendo el día de hoy en todo el planeta”.
En ese sentido, el porvenir de un país como México, cuya cultura originaria también fue sometida, resultaba algo no desconocido: “Como mexicana me permitía reconocer los dolores del despojo que sufre el pueblo maorí. Para nosotros en México puede resultar evidente, pero en Nueva Zelanda no lo es. Ahí no se dan clases de historia en primaria o secundaria, hay muy poca conciencia de los antecedentes históricos que generaron ese país. Por lo mismo la percepción de que es un país colonizado, cuya parte sustancial ha sido nulificada y desposeída, es algo de lo que no se habla”.
Rotberg asegura que su filme permitió abrir un canal para que se hablara de lo que los maoríes querían que se hablara, “fui un instrumento para ello”. Sin embargo, esta empresa exigió una inmersión total en tradiciones y costumbres ajenas: “Mi mirada tuvo que ser rasurada de todas presunciones que podía haber tenido por ser extranjera. Estudié durante dos años la cultura maorí desde los libros, y luego me pasé dos años con la tribu tuhoe”.
La película fue vista por primera vez en Nueva Zelanda, generando distintas reacciones del público. Los maoríes la vieron con buenos ojos, pero “por la parte anglosajona hubo gente que lloraba y que se acercó a gente maorí, y abrazándolos les pedía perdón. Algunos decían, eso no sucedió. Y otros ‘esta extranjera quién se cree para venir a tocarnos las yagas”.
A fin de cuentas, Mentiras blancas resultó un éxito en las taquillas neozelandesas. Hace tres años la New Zealand Film Commission la nominó para aspirar al Óscar a Mejor Película Extranjera. Aunque fundamentalmente, de acuerdo con la realizadora, la película “abrió un espacio de discusión en términos de lo que significa la identidad Aotearoa-Nueva Zelanda. El discurso de esa discusión no es el mío. Mi labor allá fue detonar este espacio de conversación”.
ARO