Piezas de los siglos XVII al XIX
INSCRIBEN RELICARIOS DE LA CATEDRAL METROPOLITANA AL REGISTRO PÚBLICO DE MONUMENTOS
Fueron creados ex profeso para albergar principalmente osamentas de santos mártires de la Iglesia católica; también hay algunos asociados a la Pasión de Cristo
*** Entre las reliquias que resguardan se encuentran las de Santa Úrsula y San Vital
Más de medio centenar de relicarios, que durante más de tres siglos han resguardado parte de los restos sagrados de santos y mártires de la Iglesia católica, como Santa Úrsula, San Vito y San Anastasio, pertenecientes al acervo de la Catedral Metropolitana, fueron inscritos en el Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Gabriela Sánchez Reyes, responsable del proyecto, dijo que este hecho permitirá contar con un archivo fotográfico de cada uno de ellos, y analizar su aspecto formal, su tipología y además se buscará vincularlos con documentos que se han localizado en el archivo de la Catedral, donde se empezaron a mencionar en 1588.
“Estudiar los relicarios, así como la biografía del santo, los materiales con que fueron elaborados y su tipología nos dará la oportunidad de inferir su procedencia. Por ejemplo, uno realizado con paperoles (tiras de papel enrollado con filo dorado a manera de filigrana) indica que su veneración fue en clausura en algún convento; las reliquias de santos jesuitas nos llevan a pensar que pertenecieron a un colegio”, puntualizó la investigadora, adscrita a la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos (CNMH) del INAH.
Su estudio dará la oportunidad de comprender sus características específicas, lo cual facilitará su identificación para su catalogación y proporcionará elementos para su mejor protección y conservación. Al ser objetos de culto y localizarse en contextos religiosos, muchos de ellos no han sido inscritos como monumentos muebles históricos, en el marco de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos.
Esta colección de relicarios es importante porque son objetos únicos creados ex profeso para albergar principalmente osamentas de santos mártires; algunos se asocian a la Pasión de Cristo, como de la Santa Cruz o Lignum Crucis.
Se ha determinado que las reliquias son de dos tipos: corporales (cabeza, brazo o el corazón, etcétera) o por contacto (regularmente son fracciones de textiles o algún objeto que utilizaron los santos, como el bastón de Santa Teresa, que fueron favorecidas por el papa Gregorio Magno en el siglo VI para evitar la fragmentación).
La mayoría de las reliquias que alberga la Catedral son de santos mártires, como Santa Úrsula y las once mil vírgenes, San Primitivo y de catacumbas italianas, como las de San Teodoro, San Vicente Niño y San Deodato.
La Catedral Metropolitana mantiene en culto relicarios elaborados en latón, bordados con hilos de plata, madera, paperoles, ceroplástica y de plata; y de diversos tipos: pirámides, cofres, urnas, tableros u ostensorios.
Estos objetos sagrados deben mostrar con claridad la reliquia del santo. Los bustos de madera presentan un óvalo, como especie de medallón, donde se puede observar el fragmento corporal.
En las obras de ceroplástica —técnica retomada de los gabinetes científicos para el estudio de la anatomía humana—, el cuerpo del santo se reproducía con gran detalle en cera vaciada y recubre algún hueso o la osamenta completa.
Estas esculturas miden más de un metro de largo y “son agradables a la vista de los fieles, parece que están dormidos, y en ocasiones tienen la boca entreabierta como si tuvieran el sueño de los justos, pero también se ven las heridas que dan cuenta de su martirio”.
La especialista destacó que en 1687 la Catedral ya contaba con una colección de reliquias. En ese año fueron contratados el ensamblador y escultor Manuel de Nava y el pintor Juan de Herrera para diseñar un retablo, el cual aún se conserva en la Capilla de las Reliquias; se caracteriza por tener en la predela (la parte baja del retablo) dos filas con 19 cajones tallados y dorados que guardan los relicarios, los cuales se exponen el 1 y el 2 de noviembre.
Las cajoneras están cubiertas por tapas en la que se aprecian imágenes de los santos y mártires a quienes pertenecen las reliquias.
Para poder exponer una reliquia, prosiguió la historiadora del arte, se necesitan dos documentos. Uno se llama “auténtica”, es un certificado en el que la Orden que donó el objeto explica de qué fragmento óseo se trata y de dónde se extrajo; en el caso de ser un mártir de catacumba, se debe señalar específicamente de cuál se trata.
El otro documento es una cédula o pequeña tira de papel que indica el nombre del santo expuesto, precisa si era religioso, mártir o pontífice, para que los fieles sepan a quién están rezando, explicó la responsable del proyecto.
Las reliquias tienen que ver con el culto a los santos y cada iglesia procuraba tener alguna. No se compraban, llegaban a los recintos religiosos por medio de las relaciones con el alto clero en Roma; en el caso de la Catedral, fueron donadas por algún clérigo o algún marqués. Esta costumbre forma parte del culto católico desde el siglo III, y de acuerdo con los inventarios de este templo metropolitano las primeras reliquias se registraron en 1588.
Gabriela Sánchez señaló que en la Ciudad de México se cuenta con una colección importante de reliquias: “Existe información de que a San Primitivo se le hace una procesión en la Catedral en época de sequías, desde 1695, y en años recientes la más venerada es la de San Vital, a quien los jóvenes egresados llevan copias de sus títulos y le agradecen por los estudios concluidos”.
Mencionó que una vez terminado el registro de los relicarios se publicarán dos libros: un catálogo con las piezas de la Catedral Metropolitana y otro sobre los relicarios en la Nueva España.
Gabriela Sánchez Reyes trabaja con las arqueólogas Wanda Hernández Uribe y Maribel Piña Calva, y la antropóloga física Adriana Alfaro Vega, adscritas a la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos del INAH, además del fotógrafo Javier Otaola. Asimismo, recibió la colaboración del Cabildo Catedralicio y de los arquitectos Enrique Varela y Guillermo Flores, de la Dirección de Sitios y Monumentos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.