INAH prepara excavaciones en la Zona Arqueológica La Ferrería, la más importante de Durango
*** Se explorarán la Casa Escalonada y una edificación circular de la última etapa de ocupación que guarda similitudes con las de culturas del suroeste de EU
*** En el edificio circular se rescatará un entierro sui generis para el sitio, localizado cerca de los escalones y no dentro de la edificación, como es común
La Zona Arqueológica La Ferrería, asentada hacia el año 550 en el valle de Guadiana, cerca del río Tunal, pero hoy en colindancia con la mancha urbana de la ciudad de Durango, será explorada durante el cuarto trimestre del año por arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y jóvenes estudiantes de arqueología de la Universidad Autónoma de Zacatecas, anunció Cindy Sandoval Mora, responsable del proyecto de investigación y conservación del sitio prehispánico, el único abierto al público en la entidad.
Durante mucho tiempo se creyó erróneamente que en el área de Durango, al igual que en todo el norte de México, no había vestigios de culturas antiguas. El INAH conoce y ha explorado diversos sitios en el valle de Guadiana, pertenecientes a la cultura chalchihuites, cuya temporalidad es de 600 a 1350 a.C. Destaca La Ferrería por su extensión de 52 hectáreas, y el centro donde se reunían los chalchihuites para hacer sus ceremonias. Ahí se han hallado vestigios que indican que hubo una larga y continua ocupación humana.
Así lo han constatado investigaciones realizadas en la región desde la década de 1930, por los arqueólogos Alden Mason, Charles Kelley, Arturo Guevara, y a partir de 2013, el Proyecto de Investigación y Conservación de la Zona Arqueológica La Ferrería (PICOF), en sus inicios bajo la dirección del arqueólogo José Luis Punzo y actualmente a cargo de la arqueóloga Cindy Sandoval Mora, ha aportado nuevos datos y dado continuidad a estudios de varias décadas sobre dicha cultura.
Desde 2017, el PICOF se ha centrado en la exploración de una edificación cuadrangular, adosada a un patio abierto con escalones y terrazas, donde las fuertes lluvias de años recientes han provocado un proceso de deslave que dejó al descubierto nuevos materiales arqueológicos: la Casa Escalonada. Se ubica en la ladera del cerro, al noroeste del sitio arqueológico.
La excavación de la Casa Escalonada no tiene sólo como objetivo rescatar los elementos que se encontraban en peligro de perderse al quedar a la intemperie, sino también explorar una casa habitación que data de 900 a 1350 d.C., de suma importancia porque marca el espacio donde habitaban los chalchihuiteños.
Su estudio arroja datos importantes sobre las características y funcionamiento de una casa habitación de la cultura chalchihuites, explica Sandoval Mora, al informar que la temporada 2018 dará continuidad a la exploración iniciada el año pasado.
Enseguida detalla los elementos descubiertos en el interior de la Casa Escalonada durante la última temporada de exploraciones: tres entierros orientados al norte y asociados a elementos de concha, cobre y una olla monocroma depositada al final de la roca madre; tiestos de cerámica, en menor cantidad decorada, y fragmentos de cerámica vidriada.
Asimismo, una pipa fitomorfa, un fragmento de malacate, una cuenta de barro cilíndrica, desechos de talla de lítica y lítica pulida y tallada: navajillas, puntas de proyectil, raspadores, lascas, núcleos, manos de metate; también apisonados de bajareque y se recuperaron muestras de carbón y semillas.
La temporalidad de los elementos descubiertos va de 700 d.C. a la época colonial. La cerámica vidriada marca una reocupación después del periodo prehispánico, explica la investigadora; en tanto materiales como la concha y el cobre se pueden asociar a las culturas de la costa del Pacífico.
De todas las piezas, Sandoval Mora destaca la de cobre: “Se trata de un artefacto, probablemente parte de un dedal; su forma es triangular cuyo borde fue doblado y en el cuerpo presenta pequeños orificios. Junto con la concha y cerámica se ha asociado a la tradición Aztatlán (región sur de Sinaloa y norte de Nayarit), evidencia de que durante la época prehispánica hubo estrecha relación entre los habitantes del altiplano duranguense y la costa pacífica, probablemente motivada por el intercambio de objetos.
La arqueóloga refirió que los objetos de cobre aparecen a menudo en contextos funerarios, como ofrendas. En este caso podría estar vinculado a uno de los entierros. La especialista advierte que el análisis del material arqueológico, recuperado en 2017, marca un cambio fundamental en los emplazamientos y patrones de construcción de los asentamientos chalchihuiteños, indicando un intercambio con la costa del Pacifico.
En la temporada 2018, prevista de octubre a noviembre, se explorarán las áreas este y sur de la edificación, donde los arqueólogos hallaron un cuerpo arquitectónico colindante que no ha sido liberado; es decir, aún oculto por la vegetación y tierra del cerro: será descubierto, explorado y consolidado.
De igual manera, se estudiará una edificación de forma circular, ubicada en la parte más alta del cerro, donde las lluvias dejaron al descubierto restos óseos humanos, que en esta temporada se rescatarán por medio de un pozo de sondeo arqueológico. Sandoval Mora explica que se trata de un entierro sui generis para el sitio, porque hasta ahora se habían localizado dentro de las estructuras pero éste se encuentra fuera de la edificación, cerca de los escalones.
Asimismo, explica que la edificación circular data de 900 a 1100 d.C. y marca un cambio en la arquitectura chalchihuiteña, con transformaciones que la hacen similar a la de sitios del suroeste de Estados Unidos, por lo que es importante investigar este periodo para saber cómo interactuaron con aquellos grupos.
La temporalidad de la Ferrería se divide en cuatro fases: 550 a 700 (fase Ayala), estrechamente relacionada con la cultura chalchihuites de la rama Súchil, correspondiente a Zacatecas; 700 a 950 (fase Las Joyas) y 950 a 1150 (fase Río Tunal), en ella comienza el contacto con las costas de Sinaloa; y 1150 al 1350 (fase Calera), cuando cambia la concepción de la construcción en relación con el suroeste norteamericano.
El programa de trabajo 2018 también tiene contemplado el estudio en laboratorio de los objetos recién hallados: análisis de lítica (puntas de proyectil) y cerámica (olla); así como brindar asesoría y autorización a dos estudiantes de la UAZ para efectuar análisis de fechamiento y fitolitos (mineralización biológica de origen vegetal) en muestras obtenidas del sitio.
Por otra parte, la arqueóloga Sandoval Mora destacó que en la Ferrería aplica el Proyecto de Mantenimiento Menor de las Zonas Arqueológicas del Estado de Durango, a través del cual se realizan constantes trabajos de conservación: un monitoreo trimestral en los edificios para conocer cuáles requieren de conservación preventiva o profunda; limpieza, consolidaciones y deshierbe de estructuras prehispánicas y caminos.
El INAH tiene identificadas y registradas todas las estructuras que se asientan dentro de las 52 hectáreas que comprende el sitio, de las cuales sólo 22 hectáreas están abiertas al público. En esa área —de 220 mil metros cuadrados—se ha hecho investigación y conservación, pero aún restan 30 hectáreas por estudiar.
“Aunque en Durango no hay monumentalidad en pirámides, tenemos grupos culturales que se desarrollaron en la sierra y valles, que aprovecharon los recursos que ofrece el medio e interactuaron con otras regiones. Su arquitectura y forma de vida son diferentes a las de Mesoamérica, por eso el principal objetivo es impactar a la población con las investigaciones para que se sienta identificada y orgullosa de su pasado”, finaliza la arqueóloga Cindy Sandoval Mora