Fue recordado el poeta Max Rojas
Ø Familiares y amigos se reunieron en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes
Poeta de culto, de tirajes breves, Max Rojas fue abrumado tanto por su fama tardía que terminó negándose a toda invitación oficial, no así a las reuniones con los amigos, sobre todo con los jóvenes, con quienes se sentía muy a gusto; y así, entre amigos y familiares, se realizó la noche del martes 2 de junio en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes un homenaje a Max Rojas, fallecido el pasado 24 de abril.
Israel Ramírez, Jocelyn Pantoja, Luis Cortés Bargalló e Iván Cruz Osorio fueron los encargados de recordar y relatar algunas anécdotas en torno a la vida y obra de Jorge Juan Máximo Rojas Proenza, conocido como Max Rojas, ante un público que abarrotó la sala.
“Aquí está el libro que tanto trabajo me costó conseguir”, dijo una joven de alrededor de 20 años a su amiga, antes de entrar y sentarse en una de las primeras filas. Poco a poco continuaron llegando personas de todas las edades a escuchar fragmentos de los poemas de Rojas.
El moderador de la mesa, Iván Cruz Osorio, señaló que Max fue un autor que se alejó del mundo literario porque este no cuadraba con su visión de la vida. Rememoró la ocasión en la cual llevó sus primeros poemas al impresor que le hacía los trabajos al Partido Comunista, en el que él militaba.
Cruz Osorio comentó que la primera edición de El turno del aullante (1971), donde aparecen esos poemas, está plagada de errores, ya que Max nunca fue a corregir las galeras, además de que un mismo poema está dedicado a varias personas. Recordó que le contó que, a sus 31 años, pensaba que se iba a morir pronto, por lo cual dedicar su poesía era la forma en la que les decía a esas personas que las amaba.
El coordinador del Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Israel Ramírez, afirmó que “muchos fuimos tocados por la persona u obra de Max”.
El filósofo realizó un breve análisis de la obra del poeta, la cual, dijo, no pertenece ni a lo contemporáneo ni a lo estridentista, por lo que al quedar al margen de ambas corrientes fue relegado.
Otra característica de su obra, agregó, es la de “malditar” a la lírica. “La violencia verbal está presente y lo coloca en una línea de escritores que hacen un juego distinto. Este empleo del lenguaje es una cualidad particular que no se parece a la oralidad de autores como Sabines, ni al coloquialismo latinoamericano de los años sesenta; se asemeja más a la frase del barrio, del colega, del valedor. Es un lenguaje muy mexicano”.
Por último, subrayó el equilibrio entre esa rabia del bien decir y lo dicho del modo poético, “el desgarre que habita en sus versos. No perteneció a un grupo de poder; no se le publicó en revistas, antologías o manifiestos. Max hizo lo necesario para no parecerse a ninguno. No creó una figura mítica; se quedó estoicamente en el margen. Es el lugar en donde quería que lo situáramos. No se parece a los poetas marginales, de revistas y recintos oficiales, que dicen en entrevistas: ‘Soy marginal’”.
Jocelyn Pantoja, responsable de la publicación de los primeros cuatro volúmenes de su poemario Cuerpos (Memoria de los cuerpos, Sobre cuerpos y esferas, El suicida y los péndulos y Prosecución de los naufragios), recordó que conoció al poeta en 2007 y que a partir de entonces la “lectura de poesía y Max siempre estuvieron en la misma frase.
“Solidario como ninguno, pasaba horas compartiendo lecturas. Disfrutaba enormemente la vida, y la vida como es, con alegría y con pena. Quienes lo conocimos, tenemos una deuda con el poeta y con el hombre que nos ha legado su obra, y tenemos la responsabilidad de seguir transmitiendo su originalidad. Nos dejó un poema para la eternidad”, afirmó la editora al referirse a Cuerpos.
El editor y poeta Luis Cortés Bargalló, también amigo de Max Rojas, fue el último en tomar la palabra. En su intervención deseó larga vida a los textos de Rojas, “ya que estamos ante la obra de un poeta verdadero.
“Los poemas de Cuerpos se escribieron en un lapso de más de 30 años. El primero fue escrito por un muchacho de 18 años, y el último, por un hombre de más de 50. Sin embargo, entre ellos hay solidez; existe toda una trama donde el lenguaje es removido y el crujir de los huesos de las palabras mismas está siempre presente en la sonoridad de una construcción que fue hecha con una concentración absoluta y demandante.
“Si la poesía fuera un río, Max no estaría en el cauce: iría caminando por la ribera. Fue el lugar que escogió para su obra y su persona. El trabajo es leerlo, entenderlo desde la ribera donde escribe”, concluyó.