Celebró el INBA el 30 aniversario de la novela Los nombres del aire, de Alberto Ruy Sánchez
· Con una lectura a cargo del autor y de la cantante Sasha Sokol
· Se trata de uno de los libros más leídos y editados en México: Cayuela
· Es una prueba de que uno debe ser fiel a lo que tiene que ser fiel: el autor
Con una lectura de obra y una charla, el martes por la noche en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes se celebró el 30 aniversario de la publicación de la novela Los nombres del aire, de Alberto Ruy Sánchez, publicada 1987 bajo el sello Joaquín Mortiz, y en la que el autor explora las distintas formas del deseo y el erotismo femenino, tomando como espacio la ciudad marroquí de Mogador.
Cuenta la historia de la joven Fatma y su paso de la adolescencia a la condición de mujer, destacando su despertar a la sexualidad, rodeada de un universo lleno de texturas y objetos que le provocan sensaciones, un mundo que no conoce pero que comienza a maravillarla.
En la lectura participó el propio autor y la cantante Sasha Sokol, amiga del escritor. En la charla, tomó la palabra el editor Ricardo Cayuela.
“Fatma —dijo Aisha después de dar un alarido—, el canto de tu pájaro entrará hoy de nuevo en el laberinto de tu oído, pero no sabrás distinguirlo. Estarás muy cerca del ave que persigues, casi la tendrás en la mano, pero no podrás reconocerla porque cuando llegues a ella habrá perdido los colores con los que la piensas. El aire te arrebatará lo que antes te había traído…”, leyó Alberto Ruy Sánchez.
Y Sasha Sokol continuó: “Más alicaída aún después de las palabras de su abuela, Fatma sintió en ella un reto enorme pero digno del deseo que la movía. De nuevo en su ventana, frente al mar, decidió tomar el desafío que se le presentaba e iniciar el viaje interno anunciado por Aisha. Su búsqueda había comenzado. Estaba ansiosa por demostrar que sí podría reconocer al pájaro que imperioso hacía volar a sus aves secretas…”.
En la historia, Mogador es la metáfora de la mujer deseada, del ser anhelado que se convierte en el misterio indescifrable. En este microcosmos las vidas se entrecruzan con sueños e ilusiones y la realidad queda en un segundo plano.
Ahí, alrededor de la ciudad amurallada de Mogador, Ruy Sánchez traza un microcosmos del deseo formado por cinco esencias o elementos: agua, aire, fuego, tierra y una quintaesencia.
A esta primera novela se sumaron cuatro más para formar el Quinteto de Mogador: En los labios del agua (1996), Los jardines secretos de Mogador (2002), Nueve veces el asombro (2005) y La mano de fuego (2007), recordó el autor en la charla.
“Hace 30 años –dijo en su momento el editor Ricardo Cayuela-- un meteorito cayó en la literatura mexicana. No me sorprende que haya sido un manuscrito que rechazaron muchas editoriales, antes que Joaquín Díez-Canedo se atreviera a publicar Los nombres del aire, aunque con una advertencia: vas a vender pocos ejemplares”.
No obstante, recordó, 30 años después, es uno de los libros más leídos y editados en México, ganador, al año siguiente de su publicación, del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores y traducido a muchos idiomas.
Y agregó: “No es una novela, no es un poema, no es una saga ni una recreación mítica sino más bien una recreación que rompe con los géneros, que viene de una tradición distinta, quizá de la francesa, un territorio que nuestra cultura no había explorado de tal forma: el imaginario de Mogador, la isla amurallada que tolera tres religiones”.
Luego de agradecer al Instituto Nacional de Bellas Artes el apoyo para este evento y la presencia de su familia y el público, Ruy Sánchez dijo que no deja de sorprenderle que su libro “siga vivo” y que ello es gracias a los lectores. “Escribir es un acto por el cual el autor invoca al fuego, el cual no se enciende sin los lectores”.
Comentó que fue un trabajo de ocho años que luego se convirtió en libro pero que si ha permanecido es porque en esa historia de mujeres, otras mujeres han encontrado palabras para explicar sus emociones, “algo que yo no había planeado”.
En ese sentido, aseveró que “mi relación con el libro como objeto artesanal sigue siendo la memoria de que mi trabajo de escritor es un trabajo artesanal, que la técnica de la que yo me nutro no viene solamente de la literatura sino también parte de la idea de que un libro es una composición y, por lo tanto, hice una partitura por cada parte de la novela, pero también de otras artes como los textiles artesanales”.
Los nombres del aire, dijo, es la prueba de que “uno debe ser fiel a lo que tiene que ser fiel”