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Libros 2017-07-28 17:34

Vincent van Gogh, el revolucionario de la expresión plástica

Este 29 de julio se conmemora su 127 aniversario luctuoso

Vincent van Gogh, el revolucionario de la expresión plástica

ï‚· Sus cuadros nos enseñan que el color es una vibración (a ratos
celestial, a ratos telúrica), escribe David Martín del Campo en su
volumen publicado en la colección Periodismo Cultural de la Secretaría
de Cultura
“El genio de Van Gogh reside en sus cuadros. Sólo él comprendió que el color no
es una pasta de pigmento para embarrar el lienzo. Sus cuadros nos enseñan que
el color es una vibración (a ratos celestial, a ratos telúrica) y por ello su obra es del
todo subyugante. Existe un amarillo y un azul Van Gogh que sólo son reconocibles
en sus cuadros”, escribe David Martín del Campo en su libro El azul de Van Gogh,
perteneciente a la colección de Periodismo Cultural editada por la Secretaría de
Cultura federal.
“¿Qué se puede considerar ante la tumba de Vicent van Gogh? El
desconsolado pintor se había exiliado en la apacible villa de Auvers-sur- Oise, a
una hora de París, huyendo del tráfico urbano que tanto lo perturbaba. Ahí fue
donde el genio holandés concluyó su arte y sus días en el verano de 1890,
legándonos esa paleta de azules inconmensurables que revelan mucho de su
melancolía… Amparado por ese espíritu, el presente libro conjunta una selección
de 100 textos periodísticos escritos a lo largo de tres lustros.”
Es así como los breves ensayos, antecedidos por el texto introductorio El
síndrome de Gauguin escrito por Mauricio Carrera, integran en los apartados:
“Cosas de la vida”, “Por sus obras”, “Pasaporte en mano”, “Pompa y Circunstancia”
y “Hermosa provincia mexicana”.
En el denominado El azul de Van Gogh, donde Martín del Campo nos
aproxima al pintor -nacido el 29 de julio de 1853- considerado como uno de los
principales exponentes del postimpresionismo. Nos lleva a su travesía por Francia,
desde que abordó el tren en la Gare du Nord hasta llegar a Auvers donde Vincent

van Gogh se estableció a partir del 20 de mayo de 1890 luego de abandonar el
manicomio de Saint-Rémy.
Saliendo del andén, “uno se topa con las señales de esa veneración casi
litúrgica: el letrero que señala hacia el Museo Van Gogh, hacia la iglesia que pintó
dos semanas antes de morir, hacia el cementerio, o a la casa donde habitó (y que
hoy ocupa el restaurante Auberge Revoix)”, relata el escritor y periodista.
“Los muros de las quintas son de piedra y ladrillo y están cuajados de
zarzamoras. No es demasiado difícil dar con la iglesia; de pronto, al situarnos ante
su fachada, algo cruje en el pecho. La parroquia es idéntica a la que pintó Vincent
un siglo atrás (sus techos ondulados, los vitrales góticos) y solo faltaría la
campesina en suecos y cofia avanzando a su izquierda”.
Durante su trayecto por “una discreta carretera que avanza junto a un
extenso campo de cultivo” identifica “los trigales que pintó asaltados por los
cuervos y las nubes a punto de granizo”. “El camino lleva al cementerio, donde
están dos tumbas modestas en las que reposan él mismo y su hermano Theo (que
murió un año después). Sobre la sepultura hay varios ramilletes, flores recientes y
marchitas, porque los que hasta aquí llegamos lo hacemos para ofrendarle un par
de tulipanes en agradecimiento a lo mucho que nos reveló con los azules
trepidantes de sus cuadros, y como expiación de su permanente desdicha.”
“Al final debe uno visitar la casa donde vivió ese verano de 1980 y donde
agonizó con aquella bala a mitad del pecho que el doctor Gachet, por la
complicación de la herida, se negó a extraer.” “La buhardilla es húmeda y un tanto
lúgubre. Un ventanuco en el techo permite que apenas se asome la brisa”. Fue en
Auvers donde “culminó su obra: 79 cuadros en 69 días del verano de 1890”.
Este sábado 29 de julio se conmemora el 127 aniversario de su fallecimiento.
En El azul de Van Gogh Martín del Campo comparte que, a la semana del suceso,
Theo escribió una carta Elizabeth -hermana de ambos- donde refirió “Vincent
deseaba morir. Cuando estaba sentado junto a él diciéndole que intentaríamos
curarle y que esperábamos pode evitarle más padecimientos, me dijo: ‘La tristeza
durará siempre’. Comprendí entonces lo que quería decir. Poco le faltó el aliento,
cerró los ojos. Se quedó en paz”.

En el libro Historia del arte para jóvenes, sus autores By H. W. Janson, A. F.
Janson, aseguran que para el propio Van Gogh era el color, no la forma, lo que
determinaba el contenido expresivo de sus pinturas.
“Aunque sus deseos de exagerar lo esencial y dejar en vaguedad lo
evidente, hace que sus colores parezcan arbitrarios según las normas
impresionistas, mantuvo, sin embargo, un compromiso profundo con el mundo
visible”.
Es así como a diferencia de los impresionistas, Vincent van Gogh pintaba
trazos gruesos sobre el lienzo dando pinceladas espesas o con el filo de una
paleta con los que no trataba de reproducir lo que veía sino utilizar el color de
manera más arbitraria para poder expresarse con más fuerza.
Estamos ante un adelantado a su tiempo que mediante diferentes
tonalidades representaba estados de ánimo en lugar de emplearlos de forma
realista.
Fue la mezcla de su carácter sombrío, soledad y constantes depresiones, lo
que lo llevó a plasmar de forma magistral sus emociones más profundas.
De acuerdo con un artículo publicado por expertos de Bélgica, Italia y Países
Bajos en la revista Analytical Chemistry, el amarillo de cromo, por ejemplo, le
permitió alcanzar la intensidad que poseen sus series de girasoles.
Recientemente, dos hipótesis surgieron con la intención de explicar su
particular fascinación por el amarillo. La primera de ellas asegura que se debió al
consumo excesivo de absenta (bebida alcohólica muy popular ente artistas y
escritores de su época). La otra versión es que se trató de un efecto secundario
producido por el consumo de una planta durante su tratamiento contra la epilepsia
llamada Digitalis purpurea, o más conocida como digital.
Independientemente de que estas versiones sean ciertas o no, el hecho es
que sus cuadros están cargados de una energía intensa y vibrante que introdujo
una novedad en la pintura plástica de la época debido a la carga
simbólica utilizada en los colores y las deformaciones de los objetos. En ese
sentido también destaca su revolucionaria distribución del espacio dentro del
cuadro debido a que no generan la ilusión óptica de ser una ventana al mundo.

Un ejemplo claro es la obra La habitación de Arlés en la cual los ángulos de
las líneas de la cama, las sillas y la mesa de noche no son rectos y las paredes
parecen venirse encima de quien habita el cuarto. Y es que no estaba interesado
en mostrar exactamente su cuarto, sino en pintarlo como él lo veía.
Van Gogh, quien se suicidó a los 37 años, en julio de 1890, pintó alrededor
de 900 cuadros, de los cuales 27 son autorretratos, y mil 600 dibujos. En vida no
llegó a vender más que uno de aquellos centenares de cuadros suyos que
actualmente alcanzan cifras exorbitantes en las subastas. El reconocimiento de su
obra empezó un año después de su muerte, a raíz de una exposición retrospectiva
organizada por el Salón de los Independientes.
Su obra postimpresionista influyó en la mayoría de los principales
movimientos artísticos del siglo XX y es considerado unánimemente uno de los
grandes genios de la pintura moderna. Este 29 de julio habría que llevar tulipanes
a la tumba de Vincent van Gogh en retribución a su legado aportado a la cultura
universal.
CGP/MEV

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