INAH reportó singulares descubrimientos en 2016
*** En Tenochtitlan y Tlatelolco se hallaron antiguas edificaciones; en Teotihuacan se exploró por vez primera la Plaza de la Luna y se encontró a “La mujer de Tlailotlacan”
*** En el subsuelo del Templo de las Inscripciones de Palenque se registró un sistema hidráulico, y en Chichén Itzá se localizó una segunda subestructura en El Castillo, entre otros hallazgos
Si se pudiera techar México, todo sería museo…, solía decir el antropólogo Eusebio Dávalos al referirse a la riqueza patrimonial que se distribuye en nuestro territorio; en este 2016, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) registraron importantes hallazgos que refrendan la expresión de quien fue uno de los pilares de esta institución.
En el Centro Histórico de la Ciudad de México, en el mismo predio de la calle Guatemala donde en 2010 se localizó el Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, especialistas del Programa de Arqueología Urbana (PAU) del Museo del Templo Mayor, detectaron restos del costado norte de la principal cancha de Juego de Pelota de la antigua Tenochtitlan.
Dicha sección de la estructura prehispánica, que mide 9 m de ancho y se encuentra a 6.45 m al sur del Templo de Ehécatl, presenta tres etapas constructivas correspondientes a las fases V, VI y VII del Templo Mayor, que datan del periodo comprendido entre 1481 y 1521 d.C.
Bajo uno de los pisos de la escalinata norte, los expertos encontraron una ofrenda conformada por varios grupos de cervicales humanas que aún guardaban su posición anatómica, éstas correspondían a una treintena de individuos, cuyas edades oscilaban desde los infantiles (0-6 años) hasta los juveniles.
Para el disfrute de los transeúntes del Centro Histórico, este año el INAH abrió dos ventanas arqueológicas sobre la calle República de Argentina, entre Justo Sierra y San Ildefonso. Nuevamente el PAU logró poner a la vista pública restos de un Gran Basamento mexica, ubicado en lo que fuera el límite norte del recinto ceremonial tenochca.
La antigua edificación mide 40 metros de norte a sur y presenta evidencias de por lo menos cinco etapas constructivas que comprenden el periodo entre 1440 y 1521 d.C.
En la ciudad gemela de Tenochtititlan, es decir, Tlatelolco, se suscitó otro descubrimiento relevante. Se trata del segundo Templo dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl, deidad mexica del viento, hallado en esta zona arqueológica.
Tras dos temporadas de supervisión y salvamento arqueológico, integrantes del Proyecto Tlatelolco han logrado establecer que la edificación tiene más de 650 años de antigüedad, mide 11 metros de diámetro por 1.20 de altura y se encuentra a 3 metros de profundidad bajo el nivel de la calle.
Dada su importancia, estos vestigios quedarán integrados a mediano plazo en una ventana arqueológica en la acera de la avenida Flores Magón, en la colonia Guerrero de la Ciudad de México.
El corazón de la capital del país reportó otro hallazgo único. Frente a las puertas de la Catedral Metropolitana, el PAU halló la lápida funeraria de don Miguel de Palomares, quien fuera uno de los integrantes del primer cabildo catedralicio, personaje que atestiguó la transformación de la otrora Tenochtitlan a la capital de la Nueva España, en la primera mitad del siglo XVI.
Tallados sobre la lápida (de 1.87 de largo, 90 cm de ancho y un espesor máximo de 30 cm), se observan caracteres en castellano antiguo que refieren que ahí yace el canónigo. A éstos sigue una leyenda en letras griegas, la cual aún está por interpretarse, pero podrían referir al nacimiento y muerte del personaje, al parecer, natural de Calahorra, clérigo de Cuenca, y fallecido en la Ciudad de México en 1542.
Al norte de la capital mexicana, bajo las capas de un terreno yermo próximo al Acueducto de Guadalupe, arqueólogos y antropólogas físicas de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH excavaron una zona de enterramiento de la aldea preclásica de Zacatenco, la cual fue habitada entre 800 y 500 a.C.
Los restos óseos descubiertos correspondieron a poco más de 200 individuos, entre neonatos, niños, hombres y mujeres jóvenes y adultos. Asociados a los entierros se localizaron alrededor de 250 ofrendas compuestas en su mayoría por cerámica, conchas y huesos de animales trabajados, obsidiana gris y distintas piedras verdes. Sobre varias osamentas, como fue el caso de una mujer embarazada, se observó un polvo rojo que podría ser hematita o cinabrio.
Durante los trabajos de introducción de drenaje en la localidad de San Antonio Xahuento, en Tultepec, Estado de México, se descubrió la osamenta de un mamut. A una profundidad de dos metros y medio por debajo de la superficie de la calle La Saucera, gran parte de la estructura ósea yacía desordenada.
La disposición en que fueron hallados una decena de costillas, húmeros, fíbulas, un fémur, escápulas, cúbitos, radios, así como una decena de vértebras, indica que hace más de 12 mil años, posiblemente el animal sufrió el mismo destino que otros de su especie: se quedaban atascados en el fango por su gran peso y finalmente eran destazados por el hombre y otros depredadores.
Arqueólogos del INAH exploraron por vez primera las entrañas de la Plaza de la Luna, en Teotihuacan, encontrándose un paisaje lunar repleto de cráteres: fosas en cuyo interior se hallan estelas lisas de piedra verde, conductos que marcan al centro de este espacio los rumbos del universo y una serie de horadaciones que contenían cantos de río, un código simbólico que los antiguos teotihuacanos elaboraron en las primeras fases de la urbe, hace mil 900 años.
Las excavaciones se enfocaron frente al Edificio Adosado de la Pirámide la Luna. En el subsuelo de la llamada Estructura A, un patio cerrado con 10 altares, se ubicaron cinco estelas completas dentro de fosas. Sus alturas y pesos varían de 1.25 a 1.50 m, y de los 500 a los 800 kilos.
Otro hallazgo en este sitio arqueológico mexiquense fue la ubicación, a escasos 10 cm de profundidad, de dos canales asociados al altar central de la Plaza de la Luna, estos conductos tenían igualmente una función simbólica y no como desagüe.
Los misterios de la Ciudad de los Dioses aguardan no sólo en su espacio sagrado, sino en sus barrios. Un equipo de la zona arqueológica exploró el entierro de una mujer de elite a la que dieron por llamar “La mujer de Tlailotlacan”, quien murió hace aproximadamente mil 600 años en el Barrio Oaxaqueño o “Tlailotlacan”, que significa el de la “gente de tierras lejanas”.
Se trata de uno de los personajes que presenta una mayor cantidad de modificaciones corporales, entre los registrados hasta ahora en la antigua metrópoli. Muestra una modificación del tipo tabular erecta y varias prótesis dentarias: un par de incrustaciones redondas de pirita en los incisivos centrales; asimismo, los incisivos inferiores fueron reemplazados por una pieza elaborada en piedra verde.
En el sureste mexicano tampoco pararon las sorpresas. En la enigmática Palenque se registró un sistema de canales en el subsuelo del Templo de las Inscripciones. Por su cercanía a la cámara funeraria de Pakal “El Grande” (a 1.70 m por debajo del umbral de su pared norte), este complejo hidráulico, posiblemente, reproducía de manera simbólica el sinuoso camino que condujera al gobernante maya a las aguas del inframundo.
La compleja red de canales, dispuesta a diferentes niveles y orientaciones, debió ser diseñada mucho antes que se proyectara la pirámide misma, en las primeras décadas del siglo VII de nuestra era. El conducto es casi cuadrado (50 x 40 cm), su piso es de roca caliza tallada y tiene una longitud aproximada de 17 metros. Al momento de su descubrimiento se observó que el agua aún sigue su curso.
Investigadores del INAH y la UNAM dieron a conocer la presencia de una segunda subestructura en El Castillo, la edificación más representativa de Chichén Itzá, en Yucatán. Los exámenes geofísicos aplicados a la también llamada Pirámide de Kukulcán, revelaron la existencia de dicha estructura construida entre los años 550 y 800 d.C., la etapa más temprana y menos conocida de este asentamiento maya.
El análisis de los cambios en las propiedades físicas subterráneas, así como un examen en 2D desde una escalinata interna localizada arqueológicamente en 1931, les permitió trazar las dimensiones de una segunda subestructura en el costado sureste de la pirámide, que aproximadamente mediría 13 metros de alto por 12 metros en dirección sur-norte y 18 en dirección este-oeste.
Mientras, en la entidad vecina de Quintana Roo, el proyecto Gran Acuífero Maya emprendió tareas de prospección arqueológica, en un transecto de 50 kilómetros radiales entre las localidades de Muyil, Tulum y Cumpón. En distintas cuevas inundadas llevaron a cabo el registro del cráneo de un hombre precerámico, restos de megafauna y un altar maya prehispánico en un estado de conservación inaudito.
El resto humano, que podría rebasar los 10 mil años de antigüedad, se localizó cubierto por una capa de mineral endurecido. El que se encontrara rodeado por estas concreciones, refiere que este elemento óseo estuvo expuesto en un ambiente seco antes de que subiera el nivel del agua en la cueva.
En otra cavidad inundada se observó la sección de una mandíbula de un ejemplar de megafauna, perteneciente a la última Edad de Hielo (alrededor de 10 mil años). Tal fragmento, que al parecer pertenece a un gonfoterio, presentaba al menos cinco piezas dentales todavía articuladas.
En conjunto con expertos del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, del IPN, investigadores del INAH, entre ellos el emérito Ángel García Cook, lograron extraer hasta 40% del ADN de tres ejemplares de maíz de más de cinco mil años de antigüedad, hallados en el Valle de Tehuacán, Puebla, cuyo resultado revela que las poblaciones ancestrales aún no habían logrado domesticar enteramente esta planta, no obstante practicaban su mejoramiento a partir de técnicas de selección.
Lo anterior confirma que el maíz es un producto nativo de México, surgido probablemente en la cuenca del río Balsas, en el centro-sur, lo cual coloca al país como el de mayor número de razas autóctonas del mundo, con 59 razas originarias que, a diferencia de otras especies de cultivo como el arroz o el trigo, mantienen una notable cercanía genética respecto a sus antepasados