Identifican ritual de invierno en Nuevo León de hace 8,000 años
*** En 20 años de investigación, la arqueóloga Araceli Rivera ha registrado y explorado 10 yacimientos paleontológicos en la planicie central de ese estado
*** Uno concentra cerca de 50 piezas dentales de animales extintos; en otro se hallaron tres herramientas líticas y huesos, posiblemente, de llama prehistórica
Dos décadas se han necesitado para que algunos secretos arqueológicos velados en las inmensas llanuras centrales que se extienden en Nuevo León, se revelen casi intactos a los ojos de la ciencia: luego de diversos proyectos de estudio, este 2016 parece armarse un rompecabezas que describe una estampa de interacción entre los primeros humanos que poblaron México con animales extintos, durante la Era de Hielo, hace alrededor de 8,000 años.
La arqueóloga Araceli Rivera, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Nuevo León, informó del descubrimiento entre 2014 y 2015 de un yacimiento paleontológico ―actualmente en estudio― llamado Mohinos, con una concentración considerable de restos de megafauna: dientes, molares, huesos largos, cráneos, costillas y vértebras de mamutes, camellos, caballos, llamas y bisotes prehistóricos, ubicado a 20 kilómetros de otro depósito arqueológico con características rituales, donde hace 20 años sólo se habían hallado dientes de las mismas especies.
En aquella exploración, en el sitio Loma del Muerto, la arqueóloga y su equipo supusieron que habían encontrado restos de animales del Pleistoceno pero conforme excavaban sólo salían dientes y muelas. Así ocurrió desde la superficie hasta un metro y medio de profundidad. El depósito fue encontrado debajo de una loza de piedra rectangular colocada sobre el piso, al centro de un abrigo rocoso cuya boca fue disminuida con grandes bloques de piedras, de tal forma que sólo caben dos personas, por lo que el yacimiento fue llamado La Bóveda.
En La Bóveda nunca apareció un solo hueso de los esqueletos. Ni los cráneos. Ni siquiera las mandíbulas.
“¿Qué hacían tantos dientes en un sitio con las características descritas?”, se preguntaron los investigadores. La arqueóloga, con apoyo del paleontólogo Joaquín Arroyo Cabrales, también investigador del INAH, dedujeron que se trataba de un acto ritual de antiguos pobladores que pudieron haber convivido con esa megafauna, es decir, a finales del Pleistoceno, hace unos 8,000 años, o bien, que habían utilizado los restos de animales ya desaparecidos en un acto ritual.
A la concentración de dientes se agregaron los resultados de otras observaciones científicas: se comprobó que en el solsticio de invierno, el abrigo se ilumina y un haz de luz recorre la laja de piedra rectangular e ilumina el interior por algunos minutos. Los estudiosos proponen que debió ser un ritual relacionado con el invierno: cuando los grupos humanos que habitaban estas llanuras pudieron haber sufrido carencias de alimento por el clima.
Durante los años que siguieron, en otras exploraciones en torno al yacimiento, los arqueólogos han hallado materiales líticos característicos de grupos que debieron vivir en la región por lo menos hace 8,000 o 10,000 años, llamados paleoindios. Entre 2014 y 2015 se registró el más reciente descubrimiento: el yacimiento con los restos óseos que estaban haciendo falta. Ahora Araceli Rivera propone que los dientes y muelas eran trasladados desde Mohinos, donde las piezas dentales eran preparadas, y las fueron depositando en La Bóveda a lo largo de mucho tiempo, porque se encontraron a diferentes centímetros de profundidad debajo de la superficie del piso del abrigo, indicador de que se llevaron ahí en varias fechas.
En 2015, Araceli Rivera continuó las excavaciones de Mohinos hacia el oeste del yacimiento de megafauna y en un amontonamiento de sedimento salieron a la luz nuevas vértebras. Al bajar la exploración a 80 centímetros del nivel de suelo, desde arriba pudo observar un animal desarticulado. Continuó quitando tierra y aparecieron dos mandíbulas sin cráneo. Entonces identificó una llama prehistórica casi completa.
La mayor sorpresa emergió de la tierra cuando, entremezclados con los huesos, se desvelaron tres artefactos de piedra caliza con marcas de haber sido usados. El sedimento había compactado las tres herramientas líticas, mandíbulas, parte de las extremidades, casi toda la columna vertebral, las costillas y la pelvis de la posible llama.
La hipótesis de la arqueóloga es que, quizá, los primeros grupos humanos que llegaron a habitar las llanuras centrales de Nuevo León cazaron y aprovecharon la llama igual que al venado y otras especies; propone que los grupos paleoindios de dicha región convivieron a principios del Holoceno por lo menos con llamas y bisontes, antes de que esas especies se extinguieran igual que el mamut. Están pendientes estudios de paleontología para corroborar que los restos pertenezcan a una llama.
Durante los últimos 20 años, Araceli Rivera ha recorrido la región centro-sur de Nuevo León, desde los municipios centrales de General Bravo, China, Cadereyta, General Terán y Linares hasta el más sureño, General Zaragoza, y ha explorado 10 yacimientos paleontológicos con fauna del Pleistoceno: ejemplares aislados, concentraciones de restos de animales diversos: mamut, mastodonte, bisonte, llama, camello, caballo, algunos en posible relación con herramientas elaboradas por el hombre en la época Paleoindia, de por lo menos 8,000 años de antigüedad, calculados por las características de las herramientas.
Los sitios se han hallado principalmente en los municipios de Aramberri, General Zaragoza, General Terán, China, General Bravo y recientemente un mamut aislado en Galeana.
Sin embargo, el paisaje arqueológico en las llanuras de Nuevo León es difícil de leer. Hay yacimientos donde a nivel de superficie se encuentran entremezclados todos los periodos históricos de la vida del hombre: desde el Pleistoceno y el Arcaico con sus características herramientas líticas; hasta el histórico, visualizado a través de fragmentos de vidrio y cerámica procedentes de Oriente y de Europa.
Los investigadores norteamericanos, primeros en llevar a cabo estudios en estas planicies, han descrito a la región como un lugar donde no hay formación de suelo a consecuencia de la erosión y el intemperismo, por lo que es imposible hallar los vestigios dentro de capas de tierra que permitan referenciar una antigüedad. Esta característica del norte de México ha dificultado el fechamiento de muchos materiales.
Araceli Rivera explica que a diferencia de la llanura, que contiene una ocupación humana Paleoindia y Arcaica, donde se han descubierto sitios con evidencias de arquitectura, espacios rituales, pintura rupestre y petroglifos, centenares de herramientas líticas, materiales perecederos; en la parte serrana de la región sur los vestigios arqueológicos son más recientes. Al parecer los grupos Paleoindios se quedaron en la llanura cazando megafauna y por la sierra entraron otras oleadas nómadas más tardías, con otro tipo de artefactos y sin dejar evidencia de petrograbados.