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Libros 2016-06-16 10:56

Francisco Hernández preserva la poética como el lenguaje del ritual para hablar con Dios

Editorial Almadía publica el más reciente título del autor

Francisco Hernández preserva la poética como el lenguaje del ritual para hablar con Dios

En Odioso caballo, el poeta da voz a las interrogantes sobre el sentido, la justeza o el destino del ser humano frente a las tragedias inherentes a su condición

Es el cruce el que detiene y alienta, el que impulsa y detiene. Es la llanura que espera en un tic tac, un trote que vibra incesante en las plantas de los pies. Es la voluntad clavada en un costado la que urge al vehículo, es el cruce que obliga a decidir: ¿cómo lo acometeremos?, ¿en qué iremos? O Dios o caballo/ odioso caballo. Hemos de atravesar.

Asumir el lenguaje, ponérselo, es poseer una rienda, que la voz anuda. En el empedrado los cascos del caballo son la única posibilidad de resistir todo, incluso las plegarias sin respuesta lanzadas a un dios desembridado.

Poner a Dios frente al espejo, obligándole a mirar su semejanza marca la primera parte del poemario de Francisco Hernández. Que se vuelve enfrentamiento de la criatura hacia un creador superado; el señalamiento de la falacia del milagro del que únicamente sobrevive la invisibilidad de quien lo promete. La diáspora hacia la nada en la espera de otra existencia con mejor alfalfa.

Si el relincho es la protesta, no, este caballo/Dios no relincha, ha perdido ese privilegio la mañana en que el poeta ha despertado montado sobre él y ha descubierto que no tiene dientes y que le sirven en un balde “anfibias oraciones”.

Pero llega a la fe con sus ensalmos, “las espuelas de la templanza/ nos permiten enloquecer por encima de sacrilegios, y nuestro espíritu, ya sin los temores del infierno,/ se llena de alabanzas y de gozo”.

La palabra poética es el ritual para hablar con Dios que el hombre retiene. El verbo de aquel mítico principio. El poeta lo ejerce para llamar a cuentas y reclamar que La carga no pesa. Pesa ser bestia.

Paterson, un caballo para huir, para llegar cuando las raíces se han perdido, a la ciudad sin raíces también. Con el divorcio como pasaporte, y Paterson de William Carlos Williams. Un caballo para desembocar en la idea de que cada hombre es una ciudad en sí mismo.

Detener la andadura y pensar el fuego, pensar el árbol. Para ver el viento en las ondulaciones de las banderas. Sentir al poeta apoyado en el bolígrafo y la libreta, “Poeta como sinónimo de inestabilidad, torpeza, bobería,/ desempleo, y una vocecita entrenada/ para mentir en cualquier ceremonia”.

Paterson se escribe en sombra, en la de la melancolía que ilumina la obra de Durero, pintando, grabando, haciendo renacer a los mártires. En ese revés que se cuela por un sueño del pasado “con proporciones de presentimiento”: Paterson en tiempo mítico.

III. “¿Cuánto pesa un caballo?” Cargar un caballo, echárselo a la espalda.. Cuánto pesa un caballo ya hermano de nuestra sangre…si un sable lo somete… El equino fija su mirar en un sitio, sabe que su dueño llegará a los prados. Inmortalidad y lucha en el cuadro de Hokusai se liga en el poema de Hernández con nuestra propia flecha: “¿Nacimos para cargar caballos?”. La herida de los otros, es la propia.

Sólo en galope puede andarse el placer de las anticipaciones, el deseo en la imaginación cabalga en el poema Imitación de Verlaine, mientras Verlaine se pasea por el bosque en el ensueño de la noche que contempla a Rimbaud dormir. El poeta va andando una llegada: la llegada a donde nadie espera.

Todo lo que escuchamos se vuelve espacio, señal y atmósfera, mientras afuera la tormenta cae como pezuñas de caballo, arañando, volviendo todo precario, suena Leonard Cohen. La Granizada se vuelve sacudida provocando el instante de alistar el cuello para la soga, el nudo está en la amarga revelación: “No tengo a dónde ir…/¿He tenido alguna vez a dónde ir?” La extranjería viene a desbordar el agua negra de lo enquistado, así la seducción es la última posibilidad, seducir a la muerte preguntándole si tal vez “¿I´m your man?”

La obra de Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946), se compone de más de 20 libros de poesía, entre los que sobresalen: Gritar es cosa de mudos, Mar de fondo, Moneda de tres caras, Mascarón de prosa, Las gastadas palabras de siempre, Imán para fantasmas y Una forma escondida tras la puerta. Ha recibido el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1982), Premio Carlos Pellicer (1993), Premio Xavier Villaurrutia (1994), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (2005), Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2008), Premio Mazatlán de Literatura (2010) y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de Lingüística y Literatura (2012).

Francisco Hernández, Odioso caballo; Ilustraciones, Alejandro Magallanes, Almadía; México, 2016, 193 pp.

ARR

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