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Museos 2016-01-12 18:55

Coleccion del Calendario de Galvan

Pondrán a consulta la Colección del Calendario de Galván

· El acervo, perteneciente al Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, se compone de 394 volúmenes editados entre 1827 y 1973.

· Fue catalogado y sometido a un proceso de conservación que incluyó la elaboración de guardas para cada uno de ellos

Durante el siglo XIX, una de las costumbres más arraigadas entre los habitantes de la Ciudad de México

fue la de portar en sus bolsillos un “calendario”, pequeña edición que publicaba el santoral, los eclipses,

las fiestas de guardar, el clima, oraciones y algunas efemérides.

La gente compraba el calendario por un real (un octavo de un peso) sin importar que no supiera

leer, porque en las plazas se leía en voz alta. Además, las páginas contenían símbolos de las distintas

fases de la luna que ayudaban a los campesinos a saber cuál era la mejor época para sembrar, y a las

mujeres cuándo debían cortarse el cabello o hacerse sangrías, así como una variedad de materias útiles.

La Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) alberga dentro del Fondo Reservado

un rico acervo denominado genéricamente “Calendarios”, que abarca, además de este tipo de

ejemplares, otras publicaciones anuales, como almanaques, anuarios, años nuevos y guías de forasteros,

explicó Laura Herrera, historiadora de la BNAH.

Dentro de ese variado universo, se localiza la Colección del Calendario de Mariano Galván

Rivera, considerada la más completa de la Ciudad de México. Está integrada por 394 volúmenes

editados entre 1827 y 1973 —de cuyos números es frecuente encontrar más de un ejemplar—, que

fueron catalogados, analizados y sometidos a procesos de conservación para que los usuarios puedan

consultarlos a partir del primer bimestre de este año.

Cada ficha contiene datos generales de la obra como autor, título, medidas e información de las

imágenes incluidas. Asimismo, se anexaron la portada digitalizada, el índice y un resumen del

contenido, dijo la bibliotecóloga Mezli Silva, adscrita a la BNAH.

Este año se migrará la colección del sistema interno al catálogo de la biblioteca para ponerla al

acceso de todo el público. “Por el momento, se trabaja en el etiquetado de cada una de las obras para

identificar el sitio que ocupan en las estanterías”.

La especialista destacó que gran parte de la colección está compilada en tomos de dos, cinco o

diez ejemplares (y también hay sueltos). A pesar de ser consideradas obras para usar y desechar, muchas

se encuadernaron y se guardaron, incluso dentro del acervo se encuentra un libro curioso que el

propietario formó con los recortes de las efemérides de Galván de 1879 a 1907.

Sobre los trabajos de conservación, la restauradora Xóchitl Cruz, también adscrita a la BNAH,

señaló que durante el diagnóstico previo a su estabilización encontró muchos ejemplares con polvo

acumulado y daños estructurales en sus encuadernaciones. Tras realizar la limpieza profunda y

superficial de los volúmenes, se elaboró una guarda de protección para cada uno, así como un fólder

donde se inserta la tarjeta con el número de adquisición y los años que contiene, con este procedimiento

se evita escribir las clasificaciones sobre las hojas del texto original.

Añadió que los calendarios se elaboraban en papel mecánico, cuyo tiempo de vida era un año por

ser de un material frágil. Por esta razón, se hizo una conservación directa o estabilización con la

finalidad de que puedan ser consultados.

Su historia

La publicación de calendarios en México se inició antes de la Independencia, cuando se imprimían

solamente los de Felipe Zúñiga y Ontiveros, quien contaba con el privilegio real, el cual heredó a su hijo

José Mariano. Tras consumarse el movimiento independentista se dio la libertad de imprenta y varios

impresores editaron estos anuarios, entre ellos José Joaquín Fernández de Lizardi, José Mariano

Ramírez Hermosa, Martín Rivera y Mariano Galván Rivera, quien alcanzó un gran éxito.

El auge de estos pequeños calendarios se dio en los años 60 del siglo XIX. Después surgieron los

de mayores dimensiones que se colgaban en la pared, se colocaban en el escritorio o se hacían con otras

modalidades. Sin embargo, el de Galván logró sobrevivir y hasta la fecha se edita con el sello de

Murguía, puntualizó Laura Herrera.

Sostuvo que en Europa y en México el calendario fue “el impreso popular por excelencia y el

más socializado”, pues era accesible incluso para los más pobres, quienes a través de este pequeño

compendio sabían si iba a llover, hacer frío y se enteraban de sucesos históricos.

El Calendario de Mariano Galván Rivera tuvo una amplia distribución en la República, debido a

que se vendía por millares —lo que representaba un buen negocio— en establecimientos, ferias

tradicionales y vendedores que lo ofrecían de pueblo en pueblo, de tal forma que alcanzaba los rincones

más alejados del país.
Mezli Silva apuntó que en términos bibliotecológicos los calendarios evolucionaron: de 7 x 10

cm aumentaron su tamaño a 10 x 15 cm, y sus cubiertas rústicas pasaron a ser de color para hacerlos

más atractivos con viñetas y frontispicios (ilustración decorativa) que enmarcaban el título, al tiempo

que se mejoró la tipografía. En cuanto al contenido, se agregaron horóscopos y anuncios publicitarios,

principalmente de cervezas, cigarros, máquinas de coser e incluso de la misma imprenta que los realiza.

Su emblema distintivo es el toro, que todavía utiliza.

Mariano Galván Rivera nació en Tepotzotlán, Estado de México, en 1792, y desde joven se

inclinó por la publicación de distintos tipos de libros, pero su prestigio lo logró a través de su calendario.

El editor es considerado uno de los sobresalientes empresarios culturales de su tiempo.

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