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Libros 2015-12-14 16:09

Publican el volumen sobre la exposicion La señora de las moscas, de Manuel Marin

Coedición del Conaculta y Auieo Ediciones

Publican el volumen sobre la exposición La señora de las moscas, de Manuel Marín



ï‚· La muestra estuvo en exhibición en 2008 en el Museo José

Luis Cuevas; el escultor crea la obra a partir de tres

elementos: la figura humana, el ángulo y el bicho



Nos doblamos, nos torcemos, giramos y nos desviamos. Somos

oblicuos, angulados y sinuosos. Dependemos de una dirección que se

presenta constantemente borrosa pero que nos doblega, y de un

querer cuya interpretación se nos complica. Por eso nuestros

movimientos son el imposible baile que Manuel Marín ha capturado en

la obra La señora de las moscas, que recoge, en las fotografías de

Nicola Lorusso, la exposición presentada en 2008 en el Museo José

Luis Cuevas a las que acompaña un texto de Mario Perilli, coeditada

por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Auieo Ediciones.

Contra el ángulo, así parece que Manuel Marín encuentra a las

criaturas que imagina, es decir, arrinconadas pero obligadas a

moverse por un impulso incesante, por una especie de comezón

existencial que las hermana con el insecto.

La representación de una condición la consigue el artista a partir

de tres elementos, la figura humana, el ángulo y el bicho: Mujeres y

hombres, mujeres/hombres, vestidos, desnudos, semi vestidos, semi

desnudos; pieles de todos los colores, ropas en las que se recorre la

gama de tonos.

El juego con los ángulos obliga a nuevas perspectivas no sólo

para los protagonistas, cuyas posturas deben acomodarse al espacio,

moscas, de Manuel Marín a veces también parece que están intentando escapar del límite, sino

también para el espectador cuya participación en el juego es necesaria

para concretar el movimiento de las figuras.

Por su parte, el bicho articula la función simbólica: por un lado es

el bicho que todos llevamos dentro, reconocible en los deseos

inconfesados, oscuros y que se nutren de la prohibición. Lo cierto es

que nos compele, nos condena a la persecución que culmina en un

moverse.

El insecto está dentro, pero en la obra de Manuel Marín ha

aparecido en la superficie. No le ha concedido a sus criaturas la

metamorfosis ni la hipocresía, no hay posibilidad de ignorarlo porque

está por todas partes, irremediablemente pegado a la piel, a la ropa;

implacable, impúdico y lascivo.

Fuera de falsedades somos radicales libres, la inestabilidad que

nos identifica queda señalada en la impureza que la obra sugiere: un

vaivén sin predicciones que nos devuelve una vez y otra a nuestro

nivel natural.

Complementa esta propuesta el texto de Mario Perilli, titulado

Las moscas, en éste encontramos a Manuel Marín transfigurado en

personaje, es un pintor quien luego de haber observado la elasticidad

que su vecina muestra al hacer ejercicio en el parque, le propone que

sea su modelo. A pesar de la “risa de manjar” que adivina en el rostro

del artista, accede. Lo primero que se pregunta la mujer es si querrá

que pose desnuda; si no externa la duda es porque la sola idea la

excita.

Cuando se presenta en el taller, su imaginación está jugando con

la posibilidad de tener que desnudarse, la breve plática que ocurre

entre ambos se ve interrumpida por el parloteo mental que sostiene

con ella misma. Luego siguiendo la convención camina hacia un

biombo, ahí se propone decidir con un volado, cara, desnuda; cruz,

vestida. Sale de detrás y pregunta al artista quien se afana con sus

herramientas, “¿cara o cruz?” le pregunta, “se incorporó girándose

hacia a mí. Ya no era Marín, mi vecino, el escultor que quería que modelara, el hombre afable en su taller, tenía en el rostro algo

verdoso, nuevo, o anticuado…” El artista ha respondido cruz, y ella se

quita la blusa mientras él la mira. Luego le ofrece vino y desaparece

detrás de unos lienzos, ella sólo escucha la manipulación de copas.

De acuerdo con la instrucción de Manuel Marín, se sienta en un sofá y

su mirada divaga hasta una fotografía del artista. Debajo de ella se lee

“La virtud de Manuel Marín es la de revelar el zumbido de las cosas”.

Y el insistente zumbido de una mosca estrellándose contra la ventana

acompañará a la mujer que de pronto se descubre sola en el estudio,

conforme su cuerpo va adoptando las posiciones del escarabajo va

paseándose a lo largo de su cuerpo…

se multiplica en sí mismo, prolifera, igual que su tema.

escultor y teórico de arte. Ha expuesto en numerosas galerías y

museos en México y en el extranjero. Entre sus libros se encuentran:

Imagen (Petra, 2007) y Mirada (Petra, 2010). Pertenece al Sistema

Nacional de Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes

(Fonca). Desde 2013 es miembro de número de la Academia de

Artes.l

México, 2015. Pp. 72.

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