Semana Santa cora preserva reminiscencias de la guerra sagrada prehispánica en el Nayar
En pocas ocasiones, el arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez se ha sentido transportado en un túnel del tiempo como al observar la ceremonia cora de Semana Santa, en el corazón de la Sierra del Nayar. En el desfile de los “borrados”, hombres que se despojan de su identidad humana para ser estrellas, vio encarnar milenarias esculturas de guerreros ofrendadas en tumbas de tiro, que recién había descubierto más al sur, en la margen derecha del río Grande de Santiago.
A propósito de su exposición fotográfica Los coras del Nayar. Imágenes de una herencia ancestral, repuesta en el Museo Regional de Nayarit, el arqueólogo refiere una serie de elementos de tradición prehispánica, de por lo menos dos milenios de antigüedad, que se expresan en la Semana Mayor cora. De suerte que esta conmemoración religiosa une símbolos de la pasión cristiana con otros provenientes de la “guerra sagrada”, una manifestación ligada a la cosmovisión mesoamericana y que tenía variantes según cada región.
La “guerra sagrada” debió seguir celebrándose dos siglos después de la invasión española entre los grupos del Nayar, indómitos monteses que no presentaron su rendición sino hasta 1722, lo que permitió la sobrevivencia de algunos elementos culturales en sus ceremonias, a los que debieron incorporar significados de la eucaristía católica. Así lo advirtió Raúl Barrera la primera ocasión que acudió a Santa Teresa del Nayar, en 2007, y a más detalle en subsecuentes oportunidades, pues la última vez que acudió a ese lugar, enclavado en la Cora Alta, fue en 2016.
“Podríamos hablar de una religión cora. Si bien adopta imágenes del catolicismo, en el fondo tiene poco que ver con el mismo, pues lo que están celebrando es esta guerra sagrada que busca mantener el equilibrio del universo, los cambios de la naturaleza, de ahí que tiene relación con la terminación de la temporada de secas y es el anuncio de la temporada de lluvias”, sostiene quien actualmente dirige el Programa de Arqueología Urbana (PAU), en el centro histórico de la Ciudad de México.
Diversos grupos, de cinco a siete hombres, llegan a Santa Teresa del Nayar en la Semana Mayor de otras comunidades de la sierra. Son guerreros que llevan sus instrumentos musicales y sus sables –una pesada macana hecha de enebro–, para formar ejércitos que combatirán entre sí. Eso queda patente el día miércoles cuando corren en fila por la población simulando el serpentear de un ofidio.
A decir del experto, pueden congregarse alrededor de 500 personas, de niños a adultos mayores, que sacan su ancestral espíritu guerrero para tener enfrentamientos concertados a través de los cuales se dirimen diferencias. “Yo lo veo como ejercitaciones para la guerra, y son verdaderamente impactantes”, señala.
De entre los personajes de la judea cora Raúl Barrera se enfoca en los “borrados”, puesto que sus atavíos y pintura corporal, recuerdan en mayor medida a aquellos que se distinguen en las esculturas de guerreros procedentes de las tumbas de tiro, aspecto que reafirma la hipótesis de la relación entre este rito y la ancestral práctica cora del “mitote guerrero”.
Anota que los “borrados” surgen el día jueves de los ríos, cauces vinculados al inframundo mesoamericano y a la serpiente como animal sagrado; se llaman así porque los hombres se despojan de su identidad, a través del trance que les produce la ingesta de aguardiente y la repetición armónica de las danzas guerreras que se acompañan con la música que entretejen la flauta y el tambor.
Los borrados cumplen la función de demonios y estrellas que entrarán en el combate astral, persiguiendo y dando muerte al Cristo Niño o Cristo Sol, por eso pintan su cuerpo y rostro con una mezcla de polvo blanco obtenido de una piedra caliza y miel; fondo al que sobreponen motas y líneas negras de carbón molido y miel, que simbolizan a los cuerpos estelares.
El arqueólogo indica que las esculturas de guerreros de las tumbas de tiro, que guardan posición de pie y en cuclillas, suelen tener esta misma decoración en el cuerpo: círculos, líneas horizontales y otras que formas ángulos de color negro, blanco, amarillo y rojo; además de portar tocados (cónico o con plumas), escudos, petos, piedras y macanas, de forma que los sombreros adornados y los “sables” de los “borrados” son clara reminiscencia de algunos de estos atavíos bélicos.
A su vez, algunas de estas antiguas figuras de arcilla llevan un paño blanco enredado en la cadera que cubre los genitales y el cuerpo; esto también se conecta con los coras actuales cuando enrollan su pantalón hasta la altura de las ingles, para participar en la Semana Santa