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Noticias 2017-11-02 20:17

Día de Muertos Antecedentes prehispánicos

Día de Muertos

Antecedentes prehispánicos



San Ángel, noviembre 2017. li Los antecedentes históricos del día de muertos se remontan a la antigüedad prehispánica. Los antiguos nahuas celebraban, en lo que correspondería al mes de agosto de nuestro calendario, especialmente dos fiestas: Miccailhuitont(“Fiesta de los Muertecitos”), el 8 de agosto, y Huey Miccailhuitl (“Gran Fiesta de los Muertos”), el 28 del mismo mes. De la primera fiesta, refiere el fraile dominico fray Diego de Durán (s. XVI) que era la “fiesta de niños inocentes muertos… y así lo que en la ceremonia de este día y solemnidad se hacía era ofrecer ofrendas y sacrificios a honra y respeto de estos niños”.


Muy al principio de la Colonia, estas fiestas fueron empalmadas con las fechas del Día de Todos Santos y el Día de Difuntos, quizá para disimular los indios lo que los frailes tenían por idolatrías de su infidelidad. De este modo, continuaron celebrándose, aun bajo la ley evangélica, las fiestas de difuntos “chica” y “grande”.


Los indios solían ofrecer en estas ocasiones: “dinero (cacao)… cera, aves, frutas, semillas en cantidad y cosas de comida”, todo ello acompañado de imprescindible copalli (resina aromática procedente de ciertos árboles de la familia de las Burseráceas), amatl (papel producido con la corteza de árboles del género ficus), y diversos tipos de flores, en haces de tres en tres, entre las que destaca el cempoalxochitl o “cempaxúchitl” (“veinte flores”, en náhuatl, flor sagrada por excelencia.

En los altares coloniales y de hoy en día, el cempoalxochitl no puede faltar: se cree que atrae a las ánimas de los difuntos, y en algunos lugares incluso se trazan caminos con sus pétalos hasta los altares.


En diversos lugares de la República Mexicana estas celebraciones se conservan con mayor o menor pureza. Ejemplos clásicos son Janitzio, en el lago Pátzcuaro, Michoacán y Mixquic, cerca de la Ciudad de México. En ciertas partes de fuerte presencia indígena del estado de Michoacán (y aun en otras regiones) es curioso encontrar todavía la arraigada creencia de que a los difuntos sólo se les debe recordar y ofrendar durante cuatro años, siendo que en las antiguas creencias prehispánicas se tenía por cierto que las ánimas de los difuntos sorteaban una serie de obstáculos y atravesaban nueve planos sucesivos del inframundo hasta llegar a Quenonamican, “nuestra región común de perdernos” –en el Chiconauhmictlan-, donde el alma finalmente se “perdía”, se desvanecía… Este viaje duraba justamente cuatro años.

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